El TC acaba de aceptar a trámite la impugnación parcial de la ley catalana 24/2015, de 29 de julio, de “medidas urgentes para afrontar la emergencia en el ámbito de la vivienda y la pobreza energética”; el artículo 6 sobre “medidas para evitar la pobreza energética” queda a salvo de la correspondiente suspensión cautelar.
Por otra parte, Salvador Sostres -“Historias de un container” en ABC- asocia los antisistema barceloneses con “las leyes que aprueba el parlamento de Cataluña invadiendo competencias expresamente para que el Constitucional las suspenda”. Obviamente, este choque arbitrado por el TC no es más que una pequeña escaramuza de un conflicto más amplio. Sin embargo, el estar de acuerdo con esta maldad del provocador Sostres no excluye otras consideraciones sobre la necesidad de abordar de una vez, y en serio, asuntos socialmente tan dañinos como la pobreza energética.
La primera consideración es que no sería necesario adoptar nuevas medidas al respecto si esta cuestión estuviera razonablemente resuelta. La segunda consideración es que, si esto es competencia estatal, ¿por qué no asume su responsabilidad el gobierno central y da una solución real ya a la pobreza energética?. Finalmente, la tercera consideración es hasta qué punto, en la práctica real, el PSOE y el PP han sido original y fotocopia, o viceversa. Con esta última cuestión que hemos desarrollado a fondo en “El bluf de la eficiencia energética en España”, nos estamos refiriendo al mantenimiento del statu quo eléctrico, declaraciones huecas contra la pobreza energética, la deliberada complejidad regulatoria, la utilización de la factura como tapadera de una gestión deficiente, la puerta giratoria, …
Periodismo incisivo
Jordi Évole es de los pocos periodistas que ha abordado con cierta intensidad estos asuntos. Ha evidenciado la existencia de un oligopolio energético y ha acorralado con la pobreza energética a José Manuel Soria del que poco bueno hay que decir.
No sabemos si Évole ha hecho lo mismo con el inefable Miguel Sebastián, que mientras que formó parte del gobierno Zapatero, como si fuera un becario en prácticas, no se enteraba de lo que se guisaba con la crisis, la burbuja inmobiliaria, las renovables o el depósito Castor. Esto último –si Évole lo ha entrevistado o no-, no es relevante aquí; mencionamos al personaje como protagonista de cosas que contamos en líneas siguientes, lo mismo que su sucesor Soria. En cualquier caso, hablando de energía, el balance de Évole es bueno, pero podría ser francamente mejor. Lo explicamos a continuación.
Físicos cuánticos de hace ochenta años, -Bohr, Heisenberg y Schrödinger- demostraron a escala microscópica que la forma de observar condiciona e incluso llega a crear lo observado; hasta hoy nadie ha podido probar lo contrario. Fueron unos innovadores que han cambiado la forma de entender la realidad física imperante desde Newton. Évole, dentro de sus límites y en ocasiones, intenta algo parecido a escala televisiva.
Dicho esto, Évole es tan frustrante como un Ferrari rojo con solo tres ruedas tras un pinchazo. Antes de que alguien se precipite, recordemos que el rojo es también el color corporativo del Banco Santander; revoluciones las justas. Aquí utilizamos el término rojo como sinónimo de apasionamiento, que invita a ir más allá, más rápido. Así pues, como el Ferrari, Évole provoca dos sensaciones contrapuestas: llama la atención cuando acelera libremente y nos decepciona cuando pincha y aminora la marcha ¿Cuándo, cómo, nos revela nuevas perspectivas Évole? ¿En qué decepciona cuando trata el sistema eléctrico-energético?
Respecto lo primero, Évole selecciona y trata sus temas con la vista puesta en lo por venir. A personajes experimentados los mutila argumentalmente con la convicción e ingenuidad de un joven que sabe de qué habla; es el planteamiento, a fecha de hoy, de aquellos que van a dirigir nuestra sociedad en las próximas décadas. Sus programas ofrecen una “observación” tan poco frecuente como eficaz, dejan la sensación de “¡ya era hora!”.
Una variante de lo anterior es el formato que utiliza con Iglesias y Rivera. Un formato aparentemente informal, coherente con el perfil de los participantes. Si uno ignora la cansina retórica electoralista de los protagonistas se da cuenta de que lo interesante de verdad en este programa es el mensaje del formato evoliano. Aquí, importa poco que los contendientes se abracen o se tiren los trastos a la cabeza, o que desaprovechen la oportunidad que se les ofrece. Una vez volatilizada de la memoria esta circunstancia, la percepción que queda está inevitablemente asociada a lo que tienen en común Iglesias y Rivera: jóvenes, cualificados, poco contaminados por ahora, contrarios a la casta de los mandarines y partidarios de una profunda regeneración del país.
Muy hábil Évole, su planteamiento contrasta lúcidamente con el regusto a rancio que quedó tras el debate entre Rajoy y Sánchez.