Hoy, éste es un país en el que en ocasiones hay que recurrir a acrósticos para publicar lo que uno realmente piensa. Frente a tanta corrección política y neurona anestesiada, a Évole hay que reconocerle su valentía. Una valentía iconoclasta que recuerda la de Adolf Loos cuando hace unos cien años asociaba el ornamento al delito en una sociedad centro-europea en transición del barroco a la sezession. Sustitúyase “ornamento”, “barroco” y “sezession” por los términos adecuados a nuestro contexto, que lo del “delito” y la “transición” se entiende perfectamente.
Entrando ya en lo de la decepción, sabemos que la pobreza energética es consecuencia del sistema eléctrico-gasístico español, el cual, a su vez, es consecuencia de nuestro castizo capitalismo de amiguetes –C. Molinas-. Es imposible solventar la pobreza energética sin regenerar previamente este sistema tan, tan castizo. Y aquí es cuando llega el pinchazo del flamante Ferrari rojo: ¿por qué Évole no va más allá de los lugares comunes, resetea la formulación tradicional de los problemas energéticos y con ello sugiere a la opinión pública nuevas perspectivas que den oportunidad a soluciones realistas?
Limpieza de pista
Esto da para mucho. Se podría hablar de mercados de energía, de peajes, del autoconsumo, de la puerta giratoria, de la mala gestión política cargada al recibo de la luz,…No lo vamos a hacer. Para abreviar, mostramos tres enfoques habituales que cabe reorientar. Reflexionen sobre la reformulación que proponemos:
- Lo del oligopolio es cierto, pero no es toda la verdad ni tampoco la clave de los problemas españoles. Las empresas se crean en todo el mundo para ganar dinero, también allí donde existe el estado de bienestar más avanzado. La singularidad española radica en otra cuestión: ¿quién es más nocivo socialmente, el empresario que defiende los intereses de sus accionistas o aquellos otros que no defienden los intereses de sus electores? La “energía oscura” del castizo sistema español se halla en quienes no están cumpliendo con su obligación: un cierto establishment político –tanto los amiguetes conservadores como los que se autodenominan “¡progresistas!”- que interviene el mercado de la energía –en teoría libre- a favor de dicho oligopolio. Esto último es “intervención”, nunca “liberalización”.
- Si quieres esconder una hoja, hazlo en un bosque. En España, el BOE y los boletines autonómicos publican al año casi un millón de páginas originales. En España, según la base de datos de la Asociación Española de la Industria Eléctrica UNESA, hay más de 240 normas vigentes aunque sea parcialmente. Es una burla que se hable de transparencia informativa cuando lo que se informa es inaccesible intelectualmente para los no expertos; véase lo más básico, el recibo de la luz. La hiper-regulación es la herramienta que camufla corrupciones de todo tipo. ¿A quién favorece este bosque normativo? Solo a los que tienen medios para seguir las normas, interpretarlas e influir. Sobre esta cuestión, interesante el análisis continuado que hace Víctor Lapuente desde Gotemburgo. Hace décadas nos advertía una joven Manuela Carmena, hoy lo hace J.M. Marín Quemada, presidente de la CNMC. Teniendo en cuenta que simplificar no significa desregular, pongan ahí el foco, que no es una cuestión marginal.
- ¿Por qué no se deja de entender la pobreza energética como un problema solucionable mediante bonificaciones y similares y se empieza a entender un suministro energético mínimo como un derecho equivalente a la sanidad y la educación universal? Hay sobradas razones que lo justifican y, al fin y al cabo, los que pagan impuestos van a seguir pagando la misma suma total. De lo que se trata es de eliminar el carácter graciable y burocratizado de dichas medidas. La resistencia, obviamente, va a venir de quienes han conformado un país adicto a la subvención. No hay que engañarse, el clientelismo político es cosa de los cárteles traficantes de subvenciones. El que este suministro mínimo sea un derecho resta poder a esos cárteles y erradica esa forma de pobreza extrema. Además, y no menos importante, si se plantea bien, estimula la eficiencia energética –ver “El bluf de la eficiencia energética en España”- .
En ocasiones, si se pretende mejorar las cosas, hay que ir contracorriente de la audiencia, de la ignorancia de unos y los intereses de otros. En esto no hay colores, hay razones. Cabe recordar lo que decía el avezado Fiorello La Guardia: “no hay una forma demócrata o republicana de limpiar las calles”. La Guardia, republicano, fue amigo del demócrata Roosevelt y alcalde de Nueva York durante tres mandatos, desde la gran depresión hasta el final de la guerra; sabía de qué hablaba.
Las buenas intenciones no bastan para salvar a la buena gente. Al final, contemplas el Ferrari rojo pinchado y te asalta una duda sobre su conductor, ¿es solo un buen tipo o es algo más?